Como todas las grandes duplas compositivas de la historia del pop, la relación de Jon Auer y Ken Stringfellow ha atravesado por todas las fases posibles. Pero cuando la química ha prendido entre ambos a nivel óptimo, han sido capaces de despachar canciones imborrables, pildorazos de pop pluscuamperfecto en los que la factura para melodías imperecederas se citaba con la rotunda energía de la generación que creció creativamente a finales de los 80 y principios de los 90, alentada por el ímpetu del noise rock, al rock alternativo e incluso el grunge que tanto prosperó en el estado de Washington, en el que se criaron. Discos como Frosting On The Beater (1993), Amazing Disgrace (1996) o Success (1998) constituyen historia del pop con mayúsculas, aunque su repercusión no fuera tanta como la de otros contemporáneos. Pero sus canciones ahí quedan, como testimonio de una época a la que todavía son capaces de insuflar nueva vida, como probó aquella gira de hace un par de años en las que abordaban con renovado brío ambos trabajos de forma consecutiva.