Scott Biram es uno de esos artistas difíciles de catalogar, su música está llena de sonidos. Te puede recordar al Johnny Cash más arrepentido y espiritual, pero también evoca a los viejos bluesman del Delta y en ocasiones a una banda de garaje punk. La realidad es que Scott está solo, aunque tenga muchas caras y parezca un ejército: está solo con una guitarra de más de cincuenta años, un micro viejo y algunos pedales. Con esos elementos produce una música que combina el blues oscuro del Misisipí con el country forajido de Nashville, rock guitarrero y una capa punk sobre ello en canciones que hablan de dios y del diablo, del pecado y la redención, de la vida y la muerte.
La carrera de Biram se ha curtido en la carretera y en los tugurios de media América, unos viajes que han dotado a su música de historias, de personajes y de una sensación de autenticidad, de conocer la América profunda y real que muchas veces queda fuera de la mayoría de retratos musicales, más amables y sentimentales. Con más de 200 actuaciones al año y reiteradas visitas a Europa, Biram se ha ido consolidando gracias a un directo tan solitario como inolvidable, repleto de rabia, de fuerza, de entrega. El músico asegura que toca solo para poder pagar las facturas y para evitar el politiqueo de la convivencia en una banda. La realidad es que el público se ha rendido a un músico que en 2012 recibía el galardón al mejor disco de blues de los premios de la música independiente.
En febrero, Biram regresó a las tiendas con ‘Nothing but blood’ (Bloodshot Records), un trabajo fabuloso que muestra las múltiples caras de este músico valiente y solitario que escapaz de ponerse en la piel de Willie Nelson para cantar sobre la vida forajida en ‘Never coming home’, pero también suena como un esclavo del Delta en ‘John The Revelator’, la fabulosa versión que cierra el disco. Entre medias hay blues sobre el alcoholismo, sonidos más garajeros y góticos como en ‘Church point girls’ o blues sureño salvaje como el que muestra ‘Jack of diamonds’. Biram, que aparece en la portada sumergido hasta la cintura en un río de sangre, firma un disco repleto de sonidos que conectan bien bajo la forma de este hombre orquesta, solitario y superviviente. Un músico que no llenará pabellones o grandes salas pero que solo se basta para llenar un escenario y para parar a un camión de 18 ruedas.