Huyendo de su tendencia a lo dramático como compositora, María había retomado la vieja idea de grabar un disco de versiones y rebuscaba canciones que se hubieran hecho populares gracias al cine para dar forma a ese proyecto cuando, inopinadamente, se dio de bruces con la copla, una encarnación del drama hasta entonces casi completamente desconocida para ella. Advirtió que el lamento, la pena y el desasosiego, omnipresentes en la canción española, son ancestrales motores creativos en la cultura popular y los reconoció como vínculos entre ésta y su propia creación. La copla reconcilia a María consigo misma, el siguiente paso es que María cante copla y precisamente eso es lo que hace en su nuevo disco, María canta copla, una vacación incidental de su carrera como autora que, sin embargo, trasciende la consideración de capricho o pasatiempo.
El “quiero que me dejen llorar tus pesares” del Ay pena, penita, pena, de Quintero, León y Quiroga, parece ser el propósito único de un disco en el que la ausencia de tremendismo y amaneramiento facilita que la esencia de unas composiciones brillantísimas aflore sin artificiosidad en paisajes sonoros que surgen de la magistral conjugación de una sencilla instrumentación, delicadísimas y sugerentes interpretaciones vocales y profusión de sutiles arreglos hábilmente conjugados a los que María Rodés nos tiene acostumbrados y sobre los que las melodías intactas deEl día que nací yo, Tatuaje o Tengo miedo adquieren una identidad que va más allá del tiempo y la estética y nos impide hablar de lo clásico o lo moderno, lo onírico o lo decadente sin ruborizarnos un poco.
Nos encontramos ante una nueva colección de canciones de María Rodés que, sin embargo, fueron escritas por otros mucho antes de que ella, ni lírica ni aflamencada, sin vibrato ni bata de cola, las hiciera suyas para siempre.