Como nos dicen la ciencia y la experiencia el chocolate, ese manjar de dioses prehispánicos, es antidepresivo, afrodisíaco y crea adicción. A Chocolata le pasa lo mismo.
La jerezana Carmela Páez al cante y baile, Rubens Silva a la guitarra, Cuni Mantilla al contrabajo y Jesús Santiago a las percusiones, han creado un estilo mestizo y propio, un cóctel original con tres ingredientes principales: flamenco, jazz, y el abanico de la música latinoamericana desde la ranchera al danzón, mezcladas tan bien que parece que han ido siempre juntas (¿será porque el chocolate vino de América?).
Su música es antidepresiva porque la belleza alegra el ánimo, afrodisíaca porque su voz enamora y da ganas de vivir, adictiva porque si la oyes, aunque sólo sea un poquito, ya querrás oírla muchas veces. Además carece de contraindicaciones, como el propio chocolate a todo el mundo le sienta bien.
Pero Chocolata es sobre todo sensibilidad a flor de piel, sus canciones tienen en la letra, en la música, una poesía terrenal como una fruta, con sabor, color, aroma, hechura. Su directo es impresionante, porque a esto hay que añadir presencia, expresividad dramática, vis cómica, capacidad para evocar los sentimientos más íntimos y para hacer bailar hasta a los que nunca bailan ¡Te harán festejar la vida!
Desde el año 2002 en que comenzaron su andadura, estos andaluces que compatibilizan la dedicación al grupo con otros menesteres artísticos, han logrado una singular alquimia musical que les otorga un estilo inconfundible. Hacen lo que los cantautores porque versionan poemas y la poesía forma parte de su música, son claramente flamencos, basta oírlos y verla, pero al tiempo no desentonarían lo más mínimo en cualquier club de jazz de Nueva Orleans o Nueva York. Y desde luego serían, y serán, mirados como algo propio en cualquier ciudad latinoamericana, como hemos dicho el chocolate vino de América.
José Luís del Corral