Está el dicho ése de que los experimentos se hacen con gaseosa, al que es difícil verle la gracia. Los experimentos mejor con keroseno; así, si no te sale, por lo menos petas algo. A ti mismo, incluso.
En sus primeros conciertos, Betunizer eran un experimento que esperaba el asentamiento de la mezcla. Sus miembros, todos con una larga trayectoria en la escena musical valenciana, se tomaban el pulso unos a otros y, sobre todo, le tomaban el pulso al animal al que se habían subido. Procediendo de bandas tan dispares como Zener, Mentat, Estrategia Lo Capto!, La Orquesta del Caballo Ganador, Rastrejo o Balano, estaba claro que el resultado no podía ser una suma de sus partes. Tampoco son ellos muy de matemáticas.
Ahora bien, ha sido su premisa de “¡al lío, chavales!” la que ha hecho que ya no les quepa duda de por qué lado les late el pulso. Se han ido de gira como si lo suyo fuera la migración del ñu, y han traído su groove inefable a pares y dispares, curando sus jamones en todos los secaderos posibles. Y eso es porque son un grupo que cree en una forma de hacer música que es social, que se toca por la gente y para la gente, lo que irrevocablemente lleva al directo. Yo siempre les hablo de ZZ TOP y de un sarao africano, o un gamelan, y es que las referencias en una hoja promocional siempre son “puntos de venta”, pero en este caso son referencias sensoriales: boogie, ritmo imparable, directo, lío. No hace falta así hablar de influencias, porque estas sensaciones son más tangibles que los discos que escuchan.
Como no podría ser de otro modo, han grabado el disco en directo, enchufando sus amplificadores a base de golpes. Nos lo traen fresquísimo como pocos lo hacen. Verdadero boogie cafre y, para qué negarlo, un poco sexy.